Mi madre pone una cebolla, un pimiento, un ajo, dos tomates, y
cuatro patatas sobre el mármol, en fila india, como un ejército en formación
esperando ser trinchados y lanzados a la cazuela. Yo hago lo mismo, los coloco
frente a mí y uno a uno los corto en diminutos dados. La cebolla, el pimiento,
y el ajo, serán los primeros en ser reducidos por este aceite ardiente, que
espera en el fuego para abrasar todo lo que se le ponga.
Roberto Carlos canta en la radio la canción “Amigo”, es
una de esas canciones que te hace reflexionar sobre la autenticidad de la
amistad, y pienso que no tengo amigos… ¿qué hay que hacer para tener un amigo
de verdad, de esos que lo dan todo por ti?
Añado los tomates y remuevo poco a poco, bajando el fuego de
intensidad. Todos los ingredientes se amalgaman curiosamente y creo que puede
quedar tan rico como para chuparse los dedos, como para querer repetir, como si
lo cocinase mi madre. El aroma a sofrito lo invade todo, supongo que debe bajar
por las escaleras, y llegar hasta la calle, como cuando yo llego del instituto y ese olor
a guiso casero me recibe en el portal.
Espero que le guste a mi padre, que llegará con su olor a aserrín, con su
lápiz afilado detrás de la oreja, y con la prisa cotidiana por volver al
taller. El taller es su lugar de trabajo, donde montones de tableros ocupan
todas las paredes y donde la sierra chirría durante horas y horas.
Sus clientes
le encargan muebles, estanterías,
puertas, y ventanas que mi padre hace con mucho estilo, porque es muy bueno en
lo suyo.
Jordi, el mayor de mis hermanos, también vendrá a comer, a
él seguro que le gusta el guiso de patatas, a él le gusta todo lo que se coma
con cuchara, pero lo que más le gusta es que lo comparen con Johan Cruyff. Vive
pendiente de una pelota, la sigue, y la persigue, la sostiene y le da saltos
sobre su empeine, la chuta con fuerza, la regatea, la bota sobre la cabeza, y
la coloca sobre su hombro. No entiendo cómo se puede vivir tan pendiente de una
bola, es como si ella tuviese vida propia, como si dialogaran y se
entendiesen.
La radio sigue entonando canciones románticas, me siento
alegre y dispuesta, es que la música hace mucho por el estado de ánimo, es un
pájaro gigante que transporta la
imaginación allí donde quiera, allí donde a veces me gustaría llegar, donde
poder aprender muchas cosas que quiero saber.
Suzanne, de Leonard Cohen no me hace volar, es diferente, me introduce en una jaula de
tristeza, en un embalaje de pesimismo, y aun así, me gusta Cohen.
Alfonso, mi hermano pequeño no viene a comer a casa, come en el colegio, es una escuela especial y
vuelve en autobús. Cuando nació le
dijeron a mis padres que era diferente,
que nunca aprendería a leer, ni a escribir, sabemos que es diferente, pero…
¡viva las diferencias!, seguro que a él
también le gustarían las patatas.
Ahora pongo las patatas en la olla, y las cubro de agua,
añado sal, un puñado de arroz, una hoja de laurel, y las dejo hervir hasta que
estén tiernas.
Los ingredientes saltan
sobre el hervor del liquido caliente, se rebrincan sobre sí mismos, y el arroz
pujado está en su punto, entonces desmenuzo el atún y lo añado al caldo, dando
por finalizado el plato que tantas veces hace mi madre. Patatas guisadas lo llama ella, y dice que es un
plato muy sencillo y económico, si ella lo dice que sabe tanto, es que es
verdad.
También dice muchas veces, que el arroz con
tomate y patata cocida alargan la vida, y donde no hay mata no hay patata, o,
aunque me cubras de abril hasta mayo no he de salir.
Dice muchas frases y refranes de su pueblo, que
seguramente habría oído de su madre, o de su abuela, que se quedaba dormida de
repente, mientras hablaba, y que era muy limpia y divertida.
Mi madre es una
gran mujer, no creo que pueda parecerme a ella, no puedo compararla con nadie
que yo haya conocido, ella es como la
Gioconda de Leonardo Da Vinci. Su cara
encierra todos los mundos, todas las expresiones; alegría, tristeza,
regodeo y congoja. Su mirada es profunda, y a al mismo tiempo cercana, su leve sonrisa
parece no desaparecer nunca de sus labios.
Cuando vuelva lo hará con mi hermana,
salió de casa con una barriga que sobrepasaba el comienzo de sus zapatos, su
vestido estampado y adherido a su tripa se movía como una cortina, como cuando abres las ventanas para que se
renueve el aire. Con Montse seremos cuatro hermanos, mi madre quería tener otra
hija, para que yo tuviese una hermana, no sé muy bien porque, supongo que ella
piensa que las mujeres somos más capaces de resolver este mundo extraño.
Nació ayer y dice mi padre que pesó cuatro kilos,
ella será la pequeña de la casa, mientras que yo soy la mayor, estoy deseando
de verlas entrar para poder estrecharlas, nunca he cogido a un bebe… son tan
indefensos, pero tampoco nunca hice el guiso de patatas, siempre hay una
primera vez.
20 de
Mayo de 2013
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Inmaculada
Jiménez Gamero