Patricia y Neko |
No
la conocí. No sé si le gustaba viajar; la música, la lectura, mirar los cielos
en esas horas transformables en auroras, o simplemente pasear. No sé si hubiésemos congeniado, compartido gustos
comunes o alguna afición. Ella llegó a
través de un abrazo ajeno, el que compartió con alguien a quien amo. Un abrazo
que hice mío y se quedó encerrado en esas invenciones que decoramos con nuestra
verdad. Y ahí se resguardó, en un espacio pequeño de mi aorta, a rebufo de
algunos de los latidos que en un minuto irrumpen en el corazón.
La vida le dio varios meses para
asimilar que sus proyectos y miradas podían acabar. Debió de recibir un aviso del más allá; eso creen en las culturas orientales, que
el ser humano se prepara para la muerte de la misma forma que se prepara para
nacer.
Qué nos dejan las personas cuando se van. Qué misterio o casualidad encierra
la existencia de un ser anónimo que llega hasta nosotros de la forma más
inverosímil. El paso leve y anecdótico de una mujer que de repente se cruza en
el entramado de nuestras vidas.
Qué mensaje o clave, si los hay, nos quiere dejar a modo de sacudida; y nos
zarandea, y nos desdobla de tristeza y de alegría al mismo tiempo.
Elisa ya no
está, por joven y vital que fuese, ya no está, y solo un simple y fortuito gesto
del azar quiso que supiésemos de su existencia.
Creo en las leyes universales,
creo que todo tiene una causa y no hay causa sin efecto. ¿Llegó portadora de
algún código, o simplemente entregó algo valioso por impulso y a quemarropa, a
sabiendas de lo que podía ocurrir?
Lógicamente hubo una sincronía, una confianza
espontanea de miradas, un adiós, y un hasta pronto.
El pequeño caniche husmea entre dos mujeres que se encuentran.
—
¡Qué lindo, me encantan los perros, sobre todo los caniches! Mi madre me regaló
uno cuando yo era muy pequeña.
Hubo una conversación escueta pero cercana, alegre y al mismo tiempo tensa, que las aproximó hacia la triste pregunta. El perro, ajeno a la realidad de sus dueñas —la presente y la futura— dio la última vuelta hasta sentarse entre las dos.
—No
puedo atenderlo, me han detectado cáncer, ¿quieres cuidármelo mientras me curo?
Patricia
contestó que sí. Ese es su corazón espontaneo. Entonces se fusionaron en el abrazo
del que después me adueñé.
Los meses pasaron y hablaron varias veces por
teléfono.
—Lo estoy pasando mal con el tratamiento. Fuerza de flaqueza, buenos deseos.
—Neko está feliz, no te preocupes.
—Lo estoy pasando mal con el tratamiento. Fuerza de flaqueza, buenos deseos.
—Neko está feliz, no te preocupes.
—Si me pasa algo será tuyo.
—Tranquila
todo saldrá bien.
Presentí que algo sucedía, demasiado tiempo e incertidumbre.
Ayer una llamada llegaba
con la peor de las noticias: Elisa había muerto.
La casualidad también quiso que estuviese
presente en dicho momento. Mientras tanto; el perro con paladar humano, amante de la
comida mediterránea y no de los piensos, se debatía entre las dos cristaleras que
dan al porche. Estaban cerradas y quería salir al encuentro de nuestras lágrimas.
—¡No puede ser, mama, no puede ser!
Para
una madre los hijos siempre son pequeños y procuramos menguar su dolor.
—La vida es así hija mía, hay
que valorar a quienes tenemos porque este puede ser el último día. Esta
experiencia te aportará más de lo que imaginas.
Fue lo que se me ocurrió
decirle en aquel momento más bien confuso.
Después se marcharon los dos; ella cabizbaja y él meneando la cola: La aflicción y la alegría juntas.
En la biografía de Patricia hay algo denso y misterioso que se irá revelando poco a poco. Neko es un enlace, una conexión con el amor dado y recibido.
Nada pasa
porque sí, el tiempo le irá aclarando respuestas o eso creo yo.
Mi hija desde que se hizo cargo de esa bola
de pelo, lo lleva a todas partes, son tal para cual. Creo firmemente que los
animales poseen facultades maravillosas que muchos ignoran. No me extrañaría que el alma de su primera
dueña se halle dentro de ese pequeño cuerpo de cuatro patas.
Descansa
en paz Elisa, Neko está en buenas manos.
Amanda Gamero
21
de Febrero de 2016
SafeCreative