AMANDA GAMERO |
Los Días Lábiles es una
colección de nueve relatos que, como el título sugiere, tienen en común esa rapidez
con la que se deslizan las historias que se cuentan, cuya duración no va más
allá de las veinticuatro horas de la vida de cada uno de los personajes. Tiempos
cortos que condensan lo que podría contarse en una novela.
Los temas son de lo más variado. Así, en
Yo
qué sé, Eugenio Asensio nos muestra con toda su crudeza a los
trabajadores que, reunidos en asamblea, se enfrentan a un posible despido,
mientras son observados por sus patrones “unos señores con gafas”, como quien
contempla los peones de un tablero, que no dudará en sacrificar si le conviene
para su estrategia.
En Estampas de Oporto, Jorge Gamero pone
la voz en boca del protagonista, un marino mercante, quien nos cuenta el día en
que, impulsado por una fuerza irresistible, ancló su corazón en Mina, una
prostituta de la ciudad del Duero que anuncia sus servicios poniendo en el
balcón el maniquí de una mujer desnuda. Nos relata una larga noche de pasión
envuelta en ese olor a salitre, gasóleo y pescado crudo que suele flotar sobre
las ciudades portuarias. Una noche que tal vez va a cambiar su vida.
En Lejana
como el álgebra y la Luna, Susana Tomás se mete en la piel de la mujer
que protagoniza el relato, para efectuar un recorrido urbano por Nueva York,
evocando el recuerdo de un lejano amor sin futuro, mientras acuden a su mente personajes
que formaron parte de aquellos días, como John Lennon o los creados por Lewis
Carroll o por Raymond Chandler. Mientras piensa y recuerda, va pasando por los lugares
más conocidos, como el Guggenheim o el MOMA. Su deambular sin rumbo fijo la
conduce a un feliz e inesperado encuentro.
Como no dispongo de
espacio para explayarme en glosar la indiscutible excelencia de cada uno de los
nueve relatos, concluiré mi comentario refiriéndome a La sentencia de Ismael, de Amanda
Gamero, una excelente escritora, cuya destreza para la narración me consta a
raíz de sus aportaciones al taller literario en el que hemos coincidido varias
veces.
Amanda muestra los primeros planos de
tres personajes que confluyen en una historia. Ismael,
que ha cometido un grave error que va a cambiar su vida y la de sus seres
queridos; Carmen, su esposa, que va y viene del trabajo mientras ignora la
tortura mental que aqueja a su esposo, y Paco, el causante del problema que va
a afectar a tantas personas, quien contempla el sufrimiento de su amigo Ismael
desde la distancia y con completa impasibilidad.
Uno de los aspectos que más me ha
impactado del relato es el modo cómo Amanda sabe infundirle tensión narrativa.
Cada frase, cada línea, cada cosa que ocurre en La sentencia de Ismael
es, a su vez, el anuncio de otras cosas que van a ocurrir en las líneas siguientes,
de modo que el lector permanece en vilo hasta que llega al final de la
narración.
En determinado momento emplea la técnica
—tan usada en las historias de suspense— consistente en que el lector posee más
información que el personaje, con lo que consigue que se inquiete aún más por
lo que está a punto de afrontar Carmen al llegar a casa.
Cierto que el relato tiene un marcado
tinte dramático que se transmite al lector contagiándole la angustia de Ismael
y, más tarde, la desesperación de Carmen. Pero siempre digo que la mayor
cualidad que puede tener un relato o una novela es que al lector le signifique
un verdadero sacrificio interrumpir su lectura, dada su impaciencia por saber
qué va a ocurrir en los próximos párrafos. Y no cabe duda de que Amanda
consigue ese efecto plenamente en La sentencia de Ismael.
Un excelente
relato.
Francesc Rovira
Llacuna
Escritor y
crítico literario