Cayeron
todos los limones,
uno
a uno, inolvidable día.
Todos
abandonaron el árbol,
se
besaron con la hierba dormida...
y
se precipitaron a mis brazos
ante
el tiempo insondable
de
aquella tarde de nácar amarillo.
La
luz deslizaba su recorrido,
se
buscaron todas las puestas de sol
en
el horizonte lejano y mío.
La
primavera presa en mis ojos
quedó
encerrada para siempre
bajo
el limonero de la casa tardía.
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Inmaculada
Jiménez Gamero
17
de Abril de 2014
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