Amanece,
cae la última y
desvanecida gota
del río de lágrimas
que siguió su curso.
Aquella que se
despidió ausente
desde el lagrimal
perdido del alba.
Aquella que abrochó
los negros ojos
con el puñal ciego de
la injusta madrugada.
Aquella que borró la
ínfima luz lejana,
y permitió la
desaparición del alma.
Amanece con un
murmullo lejano de gritos,
sobre la caverna de
porcelana herida,
sobre el horizonte sospechoso
de sangre.
Tiñendo lento el sueño
y la muerte,
galopando sobre rojos
albatros de veneno,
masacrando la paz de
la herida profunda.
Ya todos los genios de
oriente me olvidaron,
me dejaron la lámpara
sin deseo añorado.
Ya no se si encontraré
el camino,
o seguiré a tientas
con el corazón perdido.
Inmaculada Jiménez Gamero
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