Llegó con la frescura de saberse regalado,
con la caricia madura y distante de la prisa,
con salvajes amapolas de tacto aterciopelado,
y hebras de amor maduro, condición indivisa.
Llegó mientras el alba se volvía hacia otro lado,
para copiarse los besos del amor esperanzado.
Sobre lecho de abandono su sonrisa,
se rompió lo que llegó siendo tan deseado.
Amor de unos labios tan leves como la brisa,
amor de sello y corazón que en las manos se quedó
el fruto de aquel olvido de premisa.
Se quedó la hierbabuena y el olor a verde prado,
y sus ojos verdes de pupila indecisa,
en los brazos de quien te trajo a sus pasos solitarios
que ya no sabrían andar deprisa,
si no fuese acompañando los suyos que van volando.
Sobre la silla que empuja el padre
con pasos de risa por su niño adorado
que siempre será pequeño,aunque alto y delgado.
Su mueca siempre improvisa
el vendaval de sentirlo por su piel, su hijo amado.
Inmaculada Jiménez Gamero
26 de noviembre de 2012
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