martes, 30 de mayo de 2017

MAYO TIENE 27 DESCONSUELOS

AQUÍ, TAN JOVEN...

Existe un apego a las fechas imborrables que se colocan en un almanaque de lealtad a los recuerdos. Paradas de viajes, albergues escondidos en plena naturaleza de la materia blanca, estaciones donde resulta imposible no darse cuenta de la fragilidad humana. Y al mirar por la ventanilla del vagón donde transcurre la vida es cuando tu mirada azul me dice adiós y las últimas cosas adivinables insisten con pupilas pacíficas. El agua encarcelada brilla y tú te duermes al descubrir la noche. Oigo la última palabra, todavía festiva, que pronunciaste el domingo, silbaba entre tus dientes. Después llegaron días laborables y en la noche del lunes al martes llovió en mi biografía.
Me pareció escucharte decir (caprichoso paréntesis el que manda en las emociones); que era tu vuelo, que ya tocaba emprenderlo, que rendirse, a veces, es la única salida, y te encerraste en mis brazos para siempre. El azar tiró sus dados y no admitió más rondas. Tu cuerpo se desmoronó como aserrín, te visualicé soplando en el banco de trabajo las diminutas partículas de madera. Allí estuve, presintiendo tu viaje, testigo del despegue, hablándote desde el silencio y conteniendo la cordura en el abismo de las palabras. Ellas, moribundas, aún contenían trazas de fe, anhelos de que no todo se redujera a ser como el polvo que vuela o la ceniza que no vuelve. Y ahí me quedé, y ahí sigo.   
Casualidad o destino el cuándo ya estaba escrito, la certeza había liberado la pregunta, y estuvimos solos en el umbral que desanuda los sentidos y que es eterno en esta dimensión conocida. Paso fronterizo donde nos reconciliamos, si es que algo tenía que avenirse entre nosotros. Siempre se han escrito historias sorprendentes entre padres e hijas, esto es solo el esbozo de un final. Como Alma, la protagonista de El pie de mi padre, yo siempre te estuve buscando, de otro modo, eso sí, no tuve que reconocer tu pie para saber que eras mi padre. Yo siempre lo supe porque ellos, nuestros pies, nunca se perdieron de vista y porque también eran iguales. Te buscaba de otro modo; un estado de ánimo en la intensidad añil de tu iris, al superhombre que había más allá de cualquier creencia, a quien confió en mí sin hacer preguntas una vez superada la prueba de saber que no había cumplido sus expectativas. Tenías razón, casi ningún hijo las cumple, yo misma no he cumplido mis propias expectativas y te hablo desde un presente en el que creo que ya no se cumplirán.

Corté un mechón de tu pelo… tan blanco, no sin que temblaran mis dedos y habiéndote pedido permiso. Permiso para robarte el ADN tuyo y mío. De vez en cuando abro la caja roja y sigue igual, entre gris y blanco. Y fui testigo del parto de la muerte, y la muerte es un traslado espiritual, y entonces lo entendí todo, y prologué la experiencia estando a tu lado, observando tu transformación. Seguramente tuviste una guía espiritual en ese pasaje. Días atrás en alguno de los momentos de tu estado encefalopatíco, habías nombrado varias veces a tu madre: la amabas de un modo venerable. Cómo entender si no la placidez de tu cara… dicen que los seres queridos vienen a buscarnos.  
Después de una mínima agitación respiratoria me pareció notar que te habías liberado, sentí tu descanso y la emanación serena que te rodeaba.

Aquella aparente fragilidad, ese trance que compartimos y que me mantuvo en guardia, era en realidad el libro de la vida y de la muerte, lo  aprendí del tirón como se aprenden los juegos de la infancia. Nunca se olvidan. 
Sentí un escalofrío y retiré mi mano que descansaba sobre la tuya, y que ya era un amasijo de huesos, venas azules, y nervios en calma.  Y desprendiste una paz solemne, y te dejé ir, y te di las gracias por todo. Gracias, gracias… te dije muchas veces, y por un momento pude ver la luminaria que vegetaba dentro del hombre que fuiste. Tus manos de trabajo y garlopa, de barniz, madera y lija, se habían ido mucho antes, y mayo tuvo veintisiete desconsuelos. 
Unos días antes, magullado de coma clínico aún cabía la esperanza que volvieses. Y volviste con un amago de fuerza desde algún lugar sombrío, y tus ojos se abrieron como ventanas en respuesta a mi —te quiero—.  
Y contestaste con voz áspera, —yo también te quiero—.
Yo también te quiero… yo también te quiero… jamás lo habíamos dicho antes. Incluso alguna vez creí que nunca me quisiste… que nunca me quisiste. Y también alguna vez te odié porque me heriste, y herir se hiere amando, y se odia también queriendo. Lazos y razones no nos faltaron.

Fuiste océano durante unas horas y creí que la muerte no iba contigo, y corrí por el pasillo gritando que habías vuelto, que habías despertado. Entonces confirmé mi sospecha; los que viven en coma oyen, el sueño profundo es un oasis. Supe que la vida es un soplo y que la muerte es parte de lo mismo. 
Han pasado veinte años y aún me huelen las manos a tu pelo.

Amanda Gamero
SafeCreative
27 de Mayo de 2017 






4 comentarios:

  1. Cuando muera, será un verdadero honor haber dejado este poso en mis hijas. Que sentido Inma, que bonito. Que emocionante la vida y la muerte. Tu padre estará cuidando de ti, como tu abuela hizo con él. Hasta el último suspiro.

    Un besazo Amanda.

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    1. Eso debemos creer, o como mínimo alimentar esa esperanza, la incerteza, de todos modos lo alberga todo, Fabián.

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  2. NO ES BONITO, VA MUCHO MÁS ALLÁ , ES BELLÍSIMO LO QUE CUENTAS Y CÓMO LO CUENTAS.ME HAS EMOCIONADO.SIEMPRE ENCANTADA DE LEERTE.

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  3. Leerlo ha sido desgarrador y revelador al mismo tiempo; me ha devuelto recuerdos postergados, aún sigo llorando pensando en las coincidencias, no creo en las coincidencias. Gracias.

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