Aquella tarde había llovido a mares, cayó tanta agua que los carros fueron arrastrados varios metros abajo hasta parar en la casa de doña Dorita. Esa mujer desapareció de la noche a la mañana y nadie supo lo que había sido de ella, algunos dijeron que escondía rojos en los túneles que desde su casa conducían al río.
Manel salió para ir a buscar leche a la vaquería cercana al cementerio, pero se detuvo en un portal al escuchar un estruendo de ametralladoras, minutos después la sangre de los fusilados corría por el suelo conducida por la lluvia. Regresó a su casa a hurtadillas, vigilando su propia sombra, el reloj se había parado a las siete las tarde, parecía un mal presagio. La oscuridad de la noche había calado hasta las casas y ni un solo candil ardía ya en el interior de ninguna de ellas. Un perro ladró dos veces y a continuación un tiro alertó de su final. El camión de la muerte iba buscando a gente para matarla, entraban en las tabernas, en las fábricas y en las casas para detener a las personas por la fuerza.
Corrió agachado hacía el granero, y a tientas entre el enorme montón de estiércol, buscó la cuerda que agarraba la caja donde se escondió atemorizado. Era un escondrijo que había ideado con la esperanza de no ser descubierto, casi con seguridad nadie buscaría entre kilos y kilos de porquería maloliente, era su única tabla de salvación.
Los falangistas lo buscaban desde hacía dias, la represión franquista se cebó con el bando perdedor al que él pertenecía. Tenían que limpiar cualquier elemento relacionado con la República, lo que condujo a muchos al exilio, y a la muerte.
A duras penas resistía allí dentro, entumecido de frío y respirando aquel olor pestilente y repugnante, si no era porque iba rumiando su propia historia.
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Me llamo Manel, soy de un pueblo de Gerona llamado Sils, si muero creo que solo una mujer me echará de menos. Mis padres murieron de tuberculosis, tuve o tengo dos hermanos, no se la suerte que han corrido ya que fueron empujados y golpeados por altos mandos militares la noche del 11 de diciembre de 1938 y conducidos hasta la estación. En el vagón 67 se perdió toda la pista de mis amigos de juegos y compañeros de fechorías, mis hermanos, Juan y José.
Creo que el fascista de Sabater los denunció a los nacionales, el muy cobarde del terrateniente vio peligrar su posición social ante cualquier estallido de violencia del proletariado, luego se santiguaba los domingos ante la misma iglesia que también apoyaba la matanza de personas, y que bajaban la mirada ante los robos de bebes, que eran entregados a burgueses y aristócratas.
Quiero casarme con la mujer que amo, la recuerdo todos los días, huyó con su familia para exiliarse en Francia cuando Franco tomó Cataluña, y creo que estará en algún pueblo cercano a la frontera, espero volver a encontrarme con ella para ya nunca separarnos. Son muchas las familias y dirigentes políticos que huyen de la represión. …Quiero pensar que algo tiene sentido bajo este montón de mierda nauseabunda, quiero pensar que el horror no forma parte de mi vida, quiero creer que pasaran de largo los que van dentro de esas botas militares que se aproximan…
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Caminaban despacio para escuchar cualquier movimiento, pero golpeaban todo objeto sospechoso, abrían armarios, levantaban camas, susurraban entre ellos y gritaban, de vez en cuando, -¡¡Tenemos que encontrar a éste rojo de mierda, con él terminaremos de una vez con la escoria de los que no creen en una grande y libre!!
Abrieron las puertas del granero, sacudiendo lo que encontraron a su paso, podía escuchar el sonido y el calor de sus respiraciones. Debían de ser cinco o seis, o eso le parecía a Manel, quien encorvado y resignado pensaba que aquellos cabrones iban a escribir su final.
Les escuchó alejarse y suspiró aliviado, pero poco duró su alivio, ya que uno de los militares se quedó rezagado, debió de advertir algún movimiento entre el estiércol.
Era su fin.
La caja había quedado levantada y aquel monstruo uniformado se fue aproximando hacía donde se encontraba. Manel abandonó toda esperanza de subsistencia y relató su propia despedida.
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-Adiós Adela, amor mío, adiós a mi lucha obrera y social, adiós a mis compromisos, adiós a la vida que me ha tocado vivir-.
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Contuvo su respiración e inmóvil se consagro a una virgen llamada, “La Moreneta”, patrona de Catalunya, parece que la encontraron unos niños pastores en el interior de una cueva tras ver una luz que salía del interior de la montaña. Él que se confesaba no creyente se ofrendó a la virgen más cercana, atenazado por el terror de ser fusilado. Mientras pensaba en la santa y se encomendaba a ella, se orino sobre sí mismo o sobre su cadáver, ya no sabía si estaba vivo o muerto, aterido y doblegado por el pavor y la angustia.
Continuó expectante durante unos segundos y abrió los ojos por un instante para mirar por la ranura que había quedado entre las traviesas de madera. Fue entonces cuando pudo ver la cara de soberbia de aquel hombre y cómo sostenía el arma con su única mano, la derecha. Por suerte aquel defecto físico fue el que le salvó la vida ya que la ausencia de la otra mano imposibilitó al militar la acción de levantar la caja y descubrir quién había en su interior, el monstruo lisiado desistió de cualquier otro intento, y se alejó con paso firme, perdonándole con su actuación la vida.
Terminó la guerra y los años posteriores fueron duros. El destino y el amor quisieron que se reencontrara con Adela, con la que se casó y tuvo dos hijas que le dieron dos nietos, pero nunca volvió a saber de sus hermanos. Años después se empeñó en llevar a cabo lo que desde hacía tiempo le rondaba por la cabeza, encontrar a aquel hombre manco. Lo primero que averiguó fue la brigada a la pertenecía y dicho sea de paso, el defecto físico fue una característica que le facilitó su localización, ya que en uno de los archivos encontró una foto en la que aparecía un hombre sin esa extremidad superior. Después siguió investigando para localizar a su verdugo y redentor, valiéndose de estamentos e instituciones. Aquel hombre se llamaba Isidro Azcarates Thilar y vivía en un pequeño pueblo cercano a Zaragoza, llamado Abanto. Pudo saber que trabajada de acomodador en el cine de la localidad, y hasta allí se dirigió, después de no pocas entrevistas con los vecinos del pueblo donde fue a parar siguiendo sus pasos, hasta poder tenerlo frente a frente.
Y llegó el gran día, en que iba a encontrarse cara a cara con el hombre que había sembrado todas sus pesadillas. En ellas no aparecía Freddy Krueger, ni Zombies, ni ningún otro asesino mítico del cine. En ellas aparecía, “El Hombre Manco”, el que lo había torturado muchas noches de su existencia y al que quería estrechar su única mano.
Entró en el cine veinte minutos antes de que empezara la película, la gran pantalla permanecía en blanco y vio una figura de espaldas en la parte izquierda de la sala. Esperó unos instantes hasta comprobar que era a quien estaba buscando y cuando se cercioró se aproximó hasta él y lo miró profundamente a los ojos queriendo descubrir qué habían causado los años transcurridos en la vida de aquel hombre. –Y después le dijo-
-Parece que fue ayer, pero han pasado más de cuarenta años, tú fuiste el hombre que una vez estuvo a punto de matarme, pero que me perdonó la vida, - le dijo queriendo dominar su agitación.
¿Qué estás diciendo? –le contestó aquel hombre con cara de pocos amigos.
-Lo que has oído… Isidro, que le debo la vida a tu defecto físico, que si no hubieses sido manco habrías levantado la caja entre el estiércol, donde me escondí huyendo de ti y de otros militares como tú… que me hubieses matado igual que hiciste con otros que pensaban como yo,-
El hombre lo miró de soslayo y quiso deshacerse de él y de sus palabras reprobatorias, pero Manel se lo impidió poniéndose nuevamente ante él y preguntándole
-¿Ahora eres tú quien te escondes?
-No sabes lo que dices.- Replicó con mirada mortecina.
-Aléjate, déjame completar mi último día de trabajo, estoy enfermo, desahuciado y voy a morir solo… no tengo hijos, ni amigos…y justo hoy apareces tú… recordándome de nuevo lo que yo no he podido olvidar… me hablas de la guerra, me hablas de estiércol, de huida, del brazo que perdí…yo era un simple soldado que aprendí a ejecutar órdenes, entonces no era consciente de estar cometiendo crímenes. En el caso de haberme negado a cumplirlas… habría sufrido terribles represiones, mi mandato era visitar a presuntos miembros de la resistencia… en sus domicilios y tras cerciorarme de su identidad… matarlos de un disparo.-
Y continuó diciendo con voz rota.
-Después pasaron los años y desde otra perspectiva comprendí lo que había hecho, pero ya no tenía remedio. Estuve seis años oculto hasta que me instalé en éste pueblo, conseguí trabajo en éste cine y he intentado olvidar, pero un hombre nunca escapa de su propia memoria. Ahora voy a morir juzgado por mis propios recuerdos y pidiendo perdón por todos mis crímenes.-
Manel salió del cine compadeciendo al acomodador y con la sensación de que el propio destino había hecho función de compensación y se había resarcido, como si hubiese dictado sentencia muda sobre aquel hombre asesino, privándole de cualquier felicidad, cariño y compañía, convirtiéndolo en un desahuciado sin apego, ni afecto.
Y es que a veces, hay otros tipos de justicia.
Inmaculada Jiménez Gamero
11 de Diciembre de 2012
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a veces la justicia se logra por otros derroteros... me ha encantado este capitulo, aunke creo ke ya lo habia leido...
ResponderEliminarGracias Katy, un abrazote.
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