jueves, 30 de junio de 2016

CRÍTICA FINGIDA DE LOS DÍAS LÁBILES


Aquí me tienen, comprometido con la lectura de un libro de hermandad y compañerismo. Como crítico literario debería orientar al lector de un modo eficaz y con mirada clara sobre el libro de relatos enunciado.  En este caso no va a resultar posible porque dos de los autores son mis hermanos, y tener la misma sangre no ayuda en la tarea para que ustedes puedan situarse frente a una posible afinidad o gusto literario. Jorge Gamero dice que antes fue poeta y que ahora es un simple cuentista, también dice que nació dos veces, eso sí, antes que yo.  Amanda Gamero, nuestra hermana mayor, como suele ocurrir con los poetas acepta que hasta pasado mucho tiempo nadie la reconocerá por lo que lo es, pero no le preocupa demasiado: sabe que nadie saldrá vivo de esta.
Somos tres mosqueteros que viven bajo un mismo lema “uno para todos, todos para uno”, aunque yo me quedé con la versión infantil de los mosqueperros y ellos tiraron para la de Alejandro Dumas.  La literatura, consigna o arte de la palabra, se opone a mi particular lenguaje (particular como aquel patio de no sé qué casa, la tuya o la mía). Jorge y Amanda siempre tienen que recordarme cuántos años tengo, pero yo les recuerdo a ellos que estoy aquí, y que los genios olvidamos infinidad de cosas. Como ven, he intentado convertirme en un mediador equilibrado para acercarme a la obra de un modo atento, pero no es posible que sea imparcial en el caso de dos de sus nueve cuentos. Por lo tanto mi intermediación será tan breve como transmitir; que todos los relatos ofrecen intenciones literarias magníficas y muy recomendables,  y que cada uno de ellos alberga un mensaje bien distinto y al mismo tiempo complementario. Cada cuento es como sacar un billete que permite raptar el tiempo, nueve viajes que servirán para entender el alma de las palabras y el lábil gemido de la vida.
—Es que yo también iba para trovador o juglar, aunque me quedé en el limbo manso de la felicidad, con una guitarra imaginaria entre mis brazos —.
Todo esto no sé si disuade o persuade al posible lector de Los días lábiles de Club Marina, pero me sirve para admitirles que todos los cuentistas somos iguales, unos fingidores de la realidad: ninguno tenemos remedio.

Alfonso Gamero
Cuentista y simulador de Crítico Literario.