miércoles, 13 de enero de 2021

FELINA MUERTE SÚBITA


 

     Creación y caos en el temblor, las hojas simulaban un murmullo definitivo. Se rompían los segundos al cobijo del tabique de apoyo. Todavía el sol calentaba sus orejas puntiagudas y el aire rozaba su cara felina al descubierto, placida, como de no haber sufrido. Su pelo gris, ella, tan pequeña, en pocos minutos quedaría sepultada por la dignidad de la tierra que acoge a todos los seres.

     Era una gatita temerosa y asustadiza. Poco a poco aprendió a confiar en mí, cuando por ausencia de su dueña me oía entrar canturreando la misma frase. Yo llegaba en medio de su soledad para atenderla, sabía de mi esmero por evitarle el miedo. Al principio se escondía en lo más alto de los muebles de la cocina. Pasaron los años y se volvió más confiada, supo agradecer mi paso por su vida como yo la suya por la mía.

     El pico y la pala cavaron la tumba donde descansa en la eternidad de los gatos. La acomodé con su sudario marfil, por si el frío… La sencillez del epitafio escocía como pimienta molida sobre una herida. Y me arrodillé para cubrirla de la tierra que leve ha de serle. Duelen todos los adioses eternos, también el de una gatita. Ojos de selva, latidos de naturaleza, párpados que se cierran y abren ligeramente para decir, gracias, estoy feliz. Comunicación poética o eso me parece cuando veo belleza.

     No eras mi mascota, las dos nos cruzamos como se cruzan los caminos y te estimaba gatita linda, y te cuidé como si lo fueses. Conmigo tuviste que morir, tu anciana madre humana no te encontró sin aliento, ella todavía cree que estás gordita y juegas con Lukas.    

     El enterrador y yo compartimos un mismo vacío, era la gata compañera de nuestra madre. Cómplices, la vida nos dio limones para llorar con lágrimas de recuerdos.


Amanda Gamero