jueves, 18 de diciembre de 2014

GENERACIÓN SUBWAY


Nací en el año 1962. Contaba con algo menos de un año cuando llegábamos a Barcelona  procedentes de Córdoba. El viaje en tren fue una consecución tortuosa de veintisiete horas, sobre asientos que distaban mucho de ser confortables. La época no había entrado todavía en ergonomías razonables, y se conformaba con tablas de madera que iban adquiriendo el sufrido lustre, proferido por el constante roce con la ropa del viajero.  Durante el trayecto despojé a mi madre de una de las pocas pertenecías que poseía, lanzando por la ventanilla su valioso reloj Festina,  que la pobre embistió con resignación, asumiendo que más valía su madre, y  que también la había perdido.  Mi padre portaba una maleta negra como su destino que había llenado de calcetines negros y corbatas negras, promesa a su madre que acababa de morir, y de los recibos de los  pagos a cuenta del piso que creía haber comprado, y que resultó ser una estafa.  Creo que las grandes historias empiezan cuando se pone en marcha un tren hacía ese destino incierto que es la vida misma. Muchas veces me he preguntado cuánto  influyó la inmigración con mi familia a una ciudad que nos daba la bienvenida, pero que inevitablemente nos introducía, sobre todo a mis padres, en una larga trayectoria de sin sabores y de dificultades venideras. Yo era una niña demasiado sensible, recuerdo especialmente los malos momentos que de algún modo quería controlar; la muerte de mi abuelo cuando vino a visitarnos, la enfermedad de mis hermanos, la muerte de nuevo de mi hermana pequeña.  Las pérdidas y mis continuas preguntas me obligaron a encerrarme en un mundo oscuro,  donde la única salida era escribir casi sin saber hacerlo, y gritar tapándome los oídos en medio de clase, creyendo que no me iban a oír.
Pero hay un tiempo significativo en mi trayecto vital de estos últimos años, y es cuando la crisis azota mi vida. Tras la trinchera de una guerra económica que nos han impuesto inteligentemente para hacerse con el control, y atacando los aspectos más vulnerables de la economía,  nos han obligado de este modo a resistir bajo un índice de gran presión. Somos muchos, y otros han muerto. Me dije que no iban a acabar conmigo, y volví a subir a ese tren de mi procedencia que iba cargado de esperanza, y que me ha conduciendo por las estaciones de la frustración, las lágrimas, la impotencia, y la soledad, pero también de la literatura, siempre la literatura.  
                                       


Estar a bordo de este tren ha representado un regreso al pasado, para continuar por estaciones presentes y venideras. Espero haceros llegar un poquito de la ilusión y el respeto que me causa formar parte de esta “Generación”, y que queráis descubrir lo que ella encierra. Formo parte del volumen de poesía con mi recién estrenado seudónimo, “Amanda Gamero”. 
Somos Generación Subway.


Las primeras veces siempre son recordadas, hay muchas cosas que fueron la primera vez en la historia, cosas importantes que luego son insustituibles. Siempre hay una primera vez para todo. Hoy ha sido la primera que he cogido un libro donde está parte de mi esencia. Nunca he tenido prisa pero espero que no sea la última, mi metabolismo se ha acelerado, supongo que por el efecto de la adrenalina, eso me ha hecho feliz. Muchas gracias a Playa de Ákaba, Noemí Trujillo, Anamaría Trillo,  y a todos los que somos Subway.


TRAYECTOS DE VIAJE

I

Dicen que no salió del tren,
sus ojos transparentes de sapo
aún transmutan iridiscentes al final del túnel.
La última mujer que salió del vagón
se retuerce en la entraña de un pez
que se ahoga en su propia mortaja.
No hay ventanas que digan
si el alba ya cerró su boca violeta.
Las vías son cómplices de finales, 
los transeúntes son bichos
que miran cajitas con botoncitos.
El sol no llega a esta médula
donde las paradas calculan distancias.
Un hombre casi muerto aprieta su estómago,
y una adolescente con atuendo de vedette
dice que vende su cuerpo.
El acordeón de la joven rumana
rompe ese sonido de lamento
que tiene gastadas las galerías del alma.
Y hasta la música muere por dentro
de escuchar el dolor mudo, verso a verso.
Me palpo, miro mis manos, ausculto mi pecho…
morí ayer…ahora recuerdo…
fui la última mujer que salió del vagón
rumbo a un lugar incierto.   

II

Gris es el día,
como las hojas grises
que se desvanecen,
como gris es el árbol
abrazándose a la fábrica de cemento.
Gris es la vida por momentos,
gris es el parque sin niños,
gris el traje que visto,
gris es el cielo acorazado,
como gris el repartidor de lamentos.
Gris me sabe el sueño
y gris el vagón donde me siento.  

III

En esa distancia insondable
que nos separa del resto del mundo,
es el alma una grieta tozuda,
sonámbula de verbos,
trinchera de mis penas.
Mis ojos son como el agua
que llegan a la honda galería,
donde un tren perspicaz y nocturno
me distancia del auxilio de tus brazos.

IV 

Mueren las palabras en el metro,
se expanden en un espacio
de hormigón que nos envuelve
y mastican los reproches vegetales,
enquistados desde el infinito.
No dijiste: te quiero.
Retumban en el cerebro
los mensajes contenidos
de trampas mortales.
Cicatrices de palabras no dichas
que dibujan pasados
en burbujas de tiempo,
y que siempre regresan flotando.
Mueren ilusiones en las sílabas
al ser agitadas por el rencor.
Mueren las tardes
en el freno de la ira contenida.
Muere la verdad,
muere la mentira,
muere el corazón, muere, muere,
y no dijiste: te quiero.

V

Tráeme el tren de aquellos días,
y páralo en la estación de este acantilado,
evita que me lance al vacío
ante la infinita tristeza de mil por qués.
Cada recorte de tu voz
me lleva por todos los surcos de la melancolía,
y me asalta el verde de tus ojos de mar,
y la arena de playas atardecidas.
Tus pisadas de niña siembran preguntas,
mis respuestas se quedan en un hueco
siempre abierto que se llama  vientre,  
y que ahora, justo ahora, viaja por tus besos
que son los únicos que saben, cuánto te quiero.


Amanda Gamero