viernes, 22 de julio de 2016

Acabo de leer La sentencia de Ismael, de Amanda Gamero, publicado en la Editorial Stonberg de Barcelona.



Acabo de leer La sentencia de Ismael, de Amanda Gamero, publicado en la Editorial Stonberg de Barcelona. Se trata de una narración breve que forma parte de un recopilatorio de cuentos titulado Los días lábiles. Me admira la vocación y la amistad  que se profesan los nueve autores y autoras del autodenominado Club Marina. Me parece extraordinario que en estos tiempos tan audiovisuales las personas se unan para compartir obras escritas. Y, además, poderlas publicar. El contexto es sorprendente. Veamos el texto. 

La autora muestra un gran detallismo narrativo de lo cotidiano que me recuerda a esas poesías que mi amigo Luis García Montero dedica a los temas rutinarios. A veces el detalle se convierte en escabroso, pero siempre desde una exquisita forma de expresión. El estilo cuidado, aparentemente sencillo, provoca en el lector el ansia por seguir leyendo. Y esa avidez no solo es causa de su prosa hábil, sino también del tema que aborda. Nos planteamos en la lectura si el suicidio es una debilidad, si el suicida no piensa en los demás, si olvida a los que le quieren y les priva de su compañía para siempre. Un argumento que nos lleva a pensar en aquel famoso refrán (la avaricia rompe el saco) y también que la justicia también la puede ejecutar el mismo delincuente. Temas nada anodinos, una especie de anzuelo que lanza la autora en nuestra memoria para pescar recuerdos de suicidios y de personas que han sido víctimas mortales de sus errores. ¿Quién no conoce algunos casos? Los que llevamos años circulando por la vida hemos sufrido de cerca o de lejos estas tragedias. En un mundo en el que la drogadicción es la causa de un incalculable cifra de muertes, revivimos en el relato de Amanda, la historia del camino fácil, la senda siempre frágil del tráfico de drogas y observamos que el más ligero soplo hace caer todo un entramado criminal, con los compinches incluidos.

Buenos detalles descriptivos envuelven una intención aguda de mostrar unas circunstancias vitales provocadas por ese azote llamado droga que destruye a consumidores y adláteres. ¿Era Ismael un patán, un débil? ¿El suicidio es solo un acto de cobardes? La autora nos lleva por un callejón sin salida en el que el protagonista es víctima y verdugo; al tiempo que su pareja arrastra con incredulidad y dolor la pérdida del ser amado entre canciones de Ornella Vanoni  -cantante italiana conocida por quienes ya peinamos canas, si bien, las últimas noticias indican que la octogenaria artista italiana aún participa en algún recital-.

El relato breve que nos ofrece la autora posee una estructura clara y un ritmo narrativo hábil que fluye, a la vez que atrapa, en una introspección sobre el significado de la vida y de la muerte. Ambos conceptos antitéticos tienen en común ese delicioso cultismo del título del libro: son lábiles, es decir, resbalan o se deslizan sin avisar, sin más lógica que el sentido de la condición humana.

José Luis Vilaplana
Filólogo. Profesor de Lengua castellana y literatura.
(Autor de 77 libros de texto).