Como
la corteza del árbol
sus
ojos bebían la muerte.
Su
nariz fresca de tierra
que
husmeó el camino,
la
losa y el musgo,
reposaba
sobre mi brazo.
Y
su aliento se quedó seco,
y
mi alma colmada de agua.
Sonó
la palabra gracias
de
mis labios como susurro,
fuimos
cristal y nos rompimos.
Ya
no oigo hace tiempo el ajetreo de sus patas,
ni
su lengua agitada me persigue,
aunque
la mirada pétrea del final
vivirá eternamente conmigo.
(A mi querida Shuka, compañera canina
durante trece años).
9
de Diciembre de 2015
Inmaculada
Jiménez Gamero
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