Conocí a Maite León en el Ateneo Barcelonés, algún
viernes de Laberinto que no puedo precisar en el tiempo o intervalo que nos
separa de las vivencias.
Al fin y al cabo cada uno interpreta el minutero de
modo bien distinto. Mientras para unos se gana, para otros se pierde o se
atesora, cada cual lo descifra de un modo, aunque sea de inexorable curso para
todos. Las fechas no consiguen por sí mismas causar
esencia de lo vivido, pero sí las miradas, la presencia, el sentido de las
palabras y el tono en el que se digan. Me
pareció una mujer dulce y nostálgica, con mucho peso de tristeza y al mismo
tiempo con una cercanía fácil de asociar a la familia, al hogar y a la vida.
Sus ojos, como aguas de mares tropicales, tenían la sabiduría de haber vivido a
fondo, de quien ahonda en las secuencias que la vida ofrece. Por momentos creía haber coincidido antes con
ella, en otros años, en otros lugares quizás, quién sabe, somos universos,
almas que se mudan de casa y que viajan desde nuestros ancestros.
Unos meses después, Antonio García Llorente organizó un encuentro
en la Biblioteca de Vallirana, y allí nos volvimos a ver. Recitó un poema profundo, que
desprendía soledad y emanaba un dolor intenso por la ausencia del ser amado. Sus
palabras vibraban al ser pronunciadas, y
el sonido de su propia voz parecía causarle un efecto de liberación, acaso sin
que ella misma fuera consciente, o así pude percibirlo yo. Me emocionó la trasparencia de sus palabras, su
mensaje no emitía interferencias y sus versos caminaban en busca de la paz,
intentando comunicar de alguna forma con el ser que ya no se encontraba en el
plano terrenal. De este modo llegó Maite hasta mi corazón. Después, cada vez
que nos encontrábamos era una bonita coincidencia que deseábamos volver a
repetir.

El día 29 de Abril, Maite León presentaba Solo de clarinete de Parnass Ediciones en
el aula de escritores del Ateneu Barcelonès. La sala estaba llena de amigos y
familiares. Tuve suerte de tomar asiento al fondo, en una de las sillas que
habían añadido en el pasillo ascendente. Amalia Sanchís, tan profesional y cercana al
mismo tiempo, presentó a la anfitriona y
poeta y dio paso al encargado de presentar el poemario.
Alfonso Levy, con su estilo tan personal leyó algunos de los versos que componen el
libro y consiguió transmitirnos el grado de calidez suficiente para rozarnos la
epidermis. —No hay nada más bello que vivir en el pronombre –dijo, comparando a
la autora con Pedro Salinas, el poeta del amor, quien escribió estos versos que
dan sentido a la cita: “Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué
alegría más alta: vivir en los pronombres!
Pero la emoción aumentó cuando Maite abrió paso y,
después de agradecer la asistencia de los allí presentes, leyó la dedicatoria/poema que daba autentico valor
al libro.
PARA EUGENIO
Porque aprendimos juntos lo que nos gustaba, lo
que dolía.
Por las discusiones que nos llevaban a la
reconciliación.
Por ellas, tan deseadas.
Por la música que nos elevaba, por los bailes, por
las partidas de ajedrez hasta la madrugada.
Por los viajes, los que hicimos y los que se
quedaron en proyectos.
Por los cafés en la plaza de San Marcos o los tés
de Marruecos.
Por tantos cigarrillos abandonados en el cenicero,
eran otras las urgencias.
Por el último París, el Sena, cena romántica en el
Bateau Mouche.
Por tantas habitaciones que aprendieron nuestro
lenguaje,
tantas sábanas que recogieron nuestras huellas.
Por cómo se nos aceleraba el corazón camino al
hospital.
Por la esperanza y los miedos que nos atenazaban.
Por el solo de clarinete que abrió tantas noches.
Por la vida.
Por todo.
Pocos pudimos evadirnos de la fuerza y la dulzura de
aquellas palabras de amor y de la emoción que la anfitriona nos transmitió, de
modo que las secreciones difícilmente pudieron disimularse ante la presencia de
desconocidos que pudiesen ver la transformación de tantos rostros
descompuestos.
Intenté no arrugar demasiado la cara y secarla con
disimulo para no tener que hacer uso de los kleenex que suelo llevar en el
bolso. Giré la cabeza varias veces hacía las cortinas para enjugar las lágrimas
con disimulo, pero escuchar a las nietas de Maite que estaban sentadas detrás,
impedían mi contención, y los kleenex fueron imprescindibles por más que
quisiera evitarlo.
Después hubo abrazos, fotos, unas copas de cava, y
un ágape muy apetecible que en tan buena compañía resultó ser una delicia. Hasta
que llegó la hora de la despedida.
Al salir me senté en un banco para hacer unas
llamadas. Mientras hablaba por teléfono y concentrada en el dialogo, un mendigo
se situó frente a mí con la mano extendida. Aunque no fui consciente del tiempo
transcurrido, se mantuvo en la misma posición durante todo el tiempo que duró
mi conversación El llanto debió de
quedarse agazapado en mi pecho y lo siguiente fue seguir llorando sin remedio como
causa efecto. Mientras me despedía de mi interlocutor con un te quiero, el
mendigo seguía allí, escrutando mi ojos.
El hombre, mal peinado y sucio, mirándome con
cierta tristeza, dijo —no llore señora, yo duermo en la calle y no lloro. Aquella frase desencadenó que me convirtiese
en un río que finalmente desembocaría en los subterráneos del metro. Ya en el
tren, por suerte bastante solitario en su primer vagón, pude desahogarme sin
ser vista. ¡Hay tantas lágrimas y tantas cosas por las que llorar! Por el amor
verdadero; por la música que nos acompaña el alma, por la soledad que hay en el
ser humano, por las desigualdades en el mundo, por los sin techo, por los
vacíos, por los poemas rotos, por no saber vivir. Lloremos de vez en cuando,
demostremos que somos seres sensibles.
Eliminemos del cuerpo sustancias químicas estresantes de vez en cuando. Parece
que la agresividad también desaparece cuando se empañan los ojos, ¿os habéis
dado cuenta? Era mi día, me deshice de tensiones y de presiones imperiosas. Era
el día perfecto para todo, también para
el llanto.

Solo de
clarinete
de Parnass Ediciones es un poemario delicioso. Examina el amor en cinco partes,
en busca de significados espirituales y terrenales: el sentimiento amoroso, la pasión
a través de los recuerdos, el dolor de
la separación, el amor que hace amar la vida, y la despedida (dejar ir a quien
se ama y ya no está). Como fondo, en las
cinco partes, la música gozada, sentida e interpretada por dos enamorados cuya
historia está escrita entre versos y notas musicales.
Y aquí quiero dejar el último poema de un libro de
amor y vida.
Ahora que miro a la nostalgia cara a cara,
ahora sin barreras puedo oírte.
En este crudo invierno que estruja mi cuerpo,
y la soledad arranca los poemas,
en este pasa la vida, como pasa la tarde.
Ahora que mucho de lo que amaba
se ha perdido, y poseo el tiempo.
Ahora que mis manos recorren espacio vacío,
ahora, a solas con mis versos, te digo adiós.
Maite, enhorabuena por tu libro. El dolor provoca
belleza y en tu libro Solo de clarinete
la hallé y la hallarán todos aquellos que lo lean.