FOTO PROPIA |
No
fue difícil hallar la forma de vomitar dolor entre cadáveres reclinados, la
línea del horizonte acabó desapareciendo y la curva del agua, sin embargo, cada
vez fue más cercana. Las palabras, moribundas de tanto vacío, se lanzaron al
mar muerto que aún escondía vida sin ellas saberlo.
Pronto, los
versos acabaron encontrándose en el fondo del océano. Muchos fueron devorados
por tiburones, otros, por sus propios espíritus suicidas. Algunos, escucharon
cantos de sirenas y salieron a flote atrapados por la boca de la locura.
¿Cuál
es el sentido de la vida y de la muerte? —Dijo uno.
¿Por
qué flota el hielo? —Dijo otro.
Hallada
la forma de emerger, los mejores navegantes se lanzaron a la conquista del ave
fénix en la tierra, desde allí lograron impulsarse hacia un lugar que llamaron
espacio exterior. Cuando lo atravesaron, se confundían entre millones de
estrellas, y fueron vistos desde la tierra y desde la profundidad del océano.
¿Quién
explica el universo? —Dijo uno.
¿Cómo
se convierte una lágrima en piedra? —Dijo otro.
No
hubo voces de respuesta, sino preguntas y más preguntas; los versos admitieron
que eran inaccesibles a quienes no entendieran un “todo” indivisible, la
humildad, los sueños comunes. Los poetas se unieron en un alma colectiva y con
las gotas de sus llantos crearon un nuevo planeta despierto a la realidad. Allí
encontraron la verdadera luz, oyeron el auténtico silencio, la raíz de la
sensibilidad y del pensamiento: comprendieron que a pesar del esfuerzo, estaban
todos muertos.
Amanda
Gamero
7
de Junio de 2016.
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